por Charles F. Stanley
Uno de los consuelos más grandes que tenemos, es la realidad de que el
Señor jamás cambia. A menos que nos demos cuenta de que esta verdad
incluye su amor —que Él nos da, pase lo que pase— nos sentiremos
privados de la vida abundante que Cristo prometió. Sin embargo, muchos
cristianos luchan con dudas porque no se sienten dignos de ser amados.
Son bombardeados con pensamientos tales como: Miren nomás lo que he
hecho, cómo he tratado a la gente, cómo he desperdiciado mi vida. ¿Cómo
podría perdonarme el Señor y usarme para sus propósitos? El problema es
que damos por hecho que el Señor ama de la misma manera que nosotros
amamos. Nuestros sentimientos hacia los demás cambian continuamente,
pero no es así como actúa el Señor.
La base del amor de Dios
La
palabra griega para referirse al amor de Dios, es ágape, que incluye la
idea de ser “de naturaleza abnegada e incondicional”. El Señor se da
con generosidad a sí mismo para hacernos bien y bendecir nuestras vidas.
El ágape no solo tiene su origen en Él; también es esencial a su ser.
En realidad, es su naturaleza misma, o como nos dice 1 Juan 4.8: “Dios
es amor”. En otras palabras, el Señor no cesa de amar, porque para
hacerlo tendría que dejar de ser Él mismo.
Piense
solamente en lo que sería su vida si el amor de Dios dependiera de cómo
son su carácter y su conducta. Debido a que nadie puede vivir de acuerdo
con la norma perfecta del Señor, su alma estaría acechada siempre por
una sensación de incertidumbre e indignidad. En una vida así no habría
gracia, sino solo triste legalismo y esclavitud. El Padre celestial no
le amará más cuando usted sea bueno, ni menos cuando sea malo, porque su
amor no está basado en el valor que usted tenga, sino en el inmutable
carácter de Él.
Cómo entender el amor de Dios
La
mejor manera de entenderlo es viendo cómo se relacionó Cristo con
diversas personas cuando vivió en la Tierra. Voy a catalogar a varios
personajes bíblicos para que usted pueda identificarse más fácilmente
con ellos. Al examinar cada uno de ellos y observar las palabras y las
acciones de Jesús, piense en cómo se aplica a usted esta clase de amor.
El oyente impulsivo —Pedro (Mt 14.28, 29; 16.21-23; 26.31-35, 69-75)
Pedro
era una persona extrovertida que tomaba las riendas de todo. Cuando
Pedro vio a Jesús caminando sobre el agua, fue el único discípulo que se
lanzó al mar por fe. Pero a veces su boca iba más de prisa que su
cerebro, y eso lo metía en problemas. Cuando Cristo le dijo que iba a
ser crucificado, Pedro, siendo utilizado por Satanás, reprendió al Hijo
de Dios.
Pero el
mayor fracaso de Pedro comenzó en la Última Cena cuando se negó a
escuchar la advertencia profética del Señor, de que todos los discípulos
lo abandonarían. Pocas horas después de afirmar confiadamente su eterna
lealtad, negó a Jesús, no una, sino tres veces (Mr 14.27-30).
Tal vez
usted pueda identificarse con Pedro. ¿Ha tomado alguna vez una decisión
precipitada? Quizás su confianza en sí dio como resultado una decepción
humillante. Pero ninguna de estas cosas puede impedir que usted sea
amado y usado por Dios. Él se especializa en convertir personas
humilladas en siervos útiles.
Poco
después de su resurrección, el Señor Jesús se acercó específicamente a
Pedro para iniciar el proceso de su restauración. Cuando las mujeres
fueron al sepulcro, el ángel les dijo: “Pero id, y decid a sus
discípulos, y a Pedro” (Mr 16.7, cursivas añadidas). Cristo
nunca dejó de amarlo. Por conocer el potencial de Pedro, permitió que
Satanás quitara el orgullo que estaba impidiendo que el discípulo se
convirtiera en un líder espiritual humilde.
A veces
pensamos que el amor de Dios se expresa solo de manera tierna, pero Él
corrige y disciplina a sus hijos para el bien de ellos. Él utiliza
nuestros tiempos difíciles y nuestros fracasos para moldear nuestro
carácter y capacitarnos.
El mundano claudicante —Zaqueo (Lc 19.1-10)
Puesto
que los cobradores de impuestos eran considerados traidores, no eran
populares en Israel. Ya era bastante malo que cobraran impuestos para
los romanos, pero muchos de ellos también defraudaban a los judíos al
exigirles dos o tres veces más de lo que estaban autorizados a cobrar.
Dado que Zaqueo era jefe de los cobradores de impuestos, podemos estar
seguros de que era odiado. Sin embargo, cuando Jesús lo vio trepado en
un sicómoro, lo llamó. Eso es lo que hace siempre el amor de Dios: nos
invita a relacionarnos con Él. No importa lo que hayamos hecho en el
pasado, o incluso los pecados que estemos cometiendo ahora mismo. Cristo
no evalúa nuestras vidas para ver si somos dignos de Él, simplemente
nos toma tal como somos.
Aunque la
multitud estaba horrorizada por la demostración de bondad de Jesús a
este pecador, la respuesta de Zaqueo fue asombrosa. Entregó la mitad de
sus bienes a los pobres, y devolvió cuadriplicado todo lo que había
robado a otros. Zaqueo no se avergonzó de haber sido salvado para tener
una vida santa; fue convertido por la misericordiosa aceptación del
Salvador, y vivió de una manera digna del amor que recibió.
¿Se ha
sentido condenado por haber hecho cosas que no debía? Aunque un
encuentro con el Señor siempre trae nuestros pecados a la luz, el amor
del Señor Jesús por nosotros nos ofrece esperanza y nos muestra una
salida. Cuando le recibimos como Salvador, ya no hay ninguna condena. Su
amor nos libera y nos motiva a vivir el resto de nuestra vida para Él.
La fracasada moralmente —la mujer junto al pozo (Jn 4.3-30) A
la hora de relacionarse con otros Jesús sabía exactamente cómo llegar a
los asuntos del corazón. Cuando conoció a la mujer samaritana junto al
pozo, guió la conversación hacia la respuesta a su necesidad más
profunda: el amor incondicional del Mesías, el cual había estado
buscando en lugares equivocados. Después de cinco matrimonios
fracasados, estaba viviendo con un hombre que no era su marido. Como
resultado de su conducta inmoral, no era aceptada por la comunidad y
venía al pozo durante las horas de más calor del día, cuando nadie
estaba allí.
Cuando
Jesús se encontró con ella, con firmeza pero con amor le mostró sus
secretos y quitó el velo a su corazón sediento. Entonces le ofreció el
agua viva del Espíritu —el agua que finalmente le daría la satisfacción
que había buscado toda su vida. Lo que es sorprendente acerca de esta
escena es cómo Cristo descubrió el pecado de esta mujer de una manera
que no creó barreras de autodefensa. La mujer fue tan transformada por
el amor del Señor, que fue a la ciudad a hablar a todo el mundo de Él,
para invitarles a conocer al Mesías, también.
¿Ha
tratado usted de llenar el vacío de su corazón mediante otras personas?
Dios le creó para relacionarse con Él. Por más maravillosas que puedan
ser la amistad, la familia y el matrimonio, nada es comparable al lugar
del Señor en nuestras vidas.
El don nadie —Bartimeo (Mr 10.46-52) Los
mendigos ciegos eran considerados “don nadie” en Israel. Podían recibir
compasión y ayuda, pero nunca atención o reconocimiento; la mayoría de
las personas pasaban frente a ellos como si fueran invisibles. Pero un
día, cuando Bartimeo clamó a Jesús pidiendo misericordia, el Señor se
detuvo, tuvo una conversación con él, y le dio la vista.
¿Se
siente usted como un don nadie? Tal vez su vida le parece un ciclo
interminable de trabajo sin sentido, ver la TV, y dormir. O quizás está
luchando con la soledad, sin que nadie le tome en cuenta. Muchas
personas se sienten insignificantes y sin importancia cuando envejecen o
se enferman y ya no puede trabajar como lo hacían antes. Sus vidas se
reducen lentamente a una sola habitación o incluso a una cama, muchas
veces olvidadas por el mundo.
Pero el
Señor sabe exactamente dónde se encuentra usted, y nunca le ha quitado
los ojos de encima: “Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os
soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré” (Is 46.4).
Su amor por nosotros no cesa simplemente porque nos sintamos inútiles o
insignificantes. La mejor manera de renovar la esperanza y el propósito,
es quitar la mirada de nosotros mismos y dirigirla al Hijo de Dios.
Cuando usted lo hace, su sentido de autoestima se afianza en la verdad,
en vez de las emociones fluctuantes. Cristo le consideró digno de morir
por usted, y Él le ama no importa cuál sea su condición física,
emocional o espiritual.
Es una cuestión de fe
El
hecho de que Dios nos ama es innegable. Lo ha dicho así en su Palabra, y
lo demostró por medio de su Hijo. Cada vez que nos regodeamos en
nuestra indignidad y nos repetimos las razones por las que no es posible
que Dios nos ame, manifestamos incredulidad. Simplemente, debemos
aceptar por fe el amor que Él nos tiene. Cuanto más decidamos creerle al
Señor, en vez de a nuestros sentimientos, más fuerte se volverá nuestra
certeza de su amor, y experimentaremos la vida gozosa que Dios ha
dispuesto para nosotros.
Preguntas de estudio
- Reconciliación
entre el amor y la justicia de Dios. Lea Juan 8.1-11. ¿Cómo demostró
Jesús amor a la mujer sorprendida en adulterio? En nuestra cultura, una
respuesta benigna a los pecadores ha sido demostrar tolerancia al
pecado. ¿Por qué las palabras con que Jesús despidió a la mujer refutan
esta manera de pensar (v. 11)?
- Reconciliación entre nuestro
sufrimiento y el amor de Dios. Lea Romanos 8.35-39. ¿Son las
circunstancias difíciles o dolorosas señal de que Dios no nos ama? ¿Qué
promesas da Él en los versículos 37 al 39 para sostenernos en los
tiempos difíciles?
Devocional enviado para compartir en el blog por:
Marta M. Paciencia. |